En abril de este año empecé a escribir unos diarios que decidí llamar Diarios de una leve depresión, porque así lo sentí en su momento. Hubo días malos y otros mejores, días que logré registrar lo que sentía y otros que simplemente dejé pasar. Mayo se sintió un poco más claro y ligero, pero la depresión volvió, y yo volví a los diarios.
Por superficiales que parezcan, estas podrían ser algunas de mis publicaciones más personales y vulnerables, porque no queremos mostrarnos así: apagados, inestables, tristes. El mundo parece hecho para los que sonríen siempre, para los enérgicos, los extrovertidos. Y está bien, bien por ellos. Yo misma he sido parte de ese grupo muchas veces, y no voy a negar que se siente bien estar ahí, quisiera estar allí.
Pero a veces llega una nube, y sin avisar, todos los colores pierden su saturación.
Durante estos días, compartiré algunas de estas entradas porque quiero dejar constancia de lo que significa atravesar un conflicto de salud mental, de lo que es vivir una depresión —sea leve o profunda—, para amplificar algo por lo que sé que muchos pasan o pueden llegar a pasar, porque necesitamos conversarlo más, comprenderlo mejor, no minimizarlo, no sentirnos solos.
También, parte de mi terapia ha sido aceptar todas mis partes: la luz, la sombra y los grises. Y porque en medio de este proceso que todavía vivo, quiero poder identificar esas pequeñas cosas que me hacen bien, esos pequeños actos de fe que, a veces, solo a veces, logran que un día no sea tan difícil.
Abril 6, 2025
Día 7, o de pronto 9, o 12 de depresión.
El mismo sandwich y el mismo hoodie.
Hoy inicio algo nuevo: estos diarios. Ni siquiera sé si llamarlo proyecto personal a esta idea que surgió un domingo, mientras cerraba los ojos en la cama, sumida en una desesperanza extraña. Pienso en las noches que llevo anclada en este apartamento, abriendo y cerrando los ojos, siempre inmóvil, solo pensando. Imagino todo lo que quisiera escribir, un reflejo, supongo, de la escasa voluntad de salir.
Ahora creo entender a Steve Jobs y al novio de mi hermana, esas personas que usaron una sola prenda de vestir durante años; es una decisión menos al día. Llevo cinco o seis días con el mismo pantalón de pana verde y un hoodie de rapero negro, y la verdad, se siente muy liberador no tener que pensar qué ponerme, no tener que cambiarme, no tener que lavar tanta ropa.
Me baño por inercia. Ya ni siento el agua, como tampoco siento la comida; es una masa que, a veces, ni siquiera baja del todo. Me dan ganas de vomitarla, y sé que no es por la bulimia, al menos eso creo. Es porque, literalmente, la siento ahí, en el esófago. No sé qué pasa, pero eso pasa. Igual como. Como cuando me acuerdo, y a veces, como en exceso en las noches. El tiempo pasa lento, y mientras siga en esta casa, no hay mucho que hacer, excepto escribir y comer.
El español es un caos:
Está el como de explicación ‘como les decía…’,
El cómo de pregunta ‘¿cómo sientes la vida?’,
El como que sirve para anticipar una metáfora ‘es como un cuadro sin colores’
El como de comer ‘yo como todo lo que se me atraviese en la noche’.
¿A qué viene esto? Obvio a nada. Solo quería mencionarlo.
Llevo 18 días exactos preparándome el mismo sandwich; a veces está rico y lo disfruto más, a veces es seco y se me hace difícil hasta tragarlo. Siento que ahora lo único que de verdad como son cigarrillos. Es un asco. Lo sé, lo sé. Tal vez eso sea lo que me tiene con náuseas. Logré soltarlo el año pasado, pero esta vez me entrego, me rindo ante su voluntad, me arrodillo ante su majestad. Es increíble que en estos momentos de letargo, lo más dañino sea a lo que más me aferro: fumar, pedir una Coca Cola en un combo con hamburguesa cada fin de semana, dormir mucho, ver documentales de true crime y celebridades de mierda como P. Diddy o como se haga llamar ahora, llorar sin ganas, el mismo hoodie, scrollear infinitamente el celular y enviarle reels a mi hermana, a quien ya no le cabe uno más en la conversación.
Mi hermana insiste en que necesito sol y salir a caminar. Yo creo que necesito cerrar los ojos y amanecer en el 2027, al menos un año antes de cumplir 40, y no sé por qué antes de ese número. Diré que no me importa, pero la verdad es que sí. Detrás de todo hay una crisis que tiene que ver con ser mujer y estar a punto de llegar al cuarto piso sin tener nada de lo que, supuestamente, deberías tener a esa edad.
La vida, por momentos, la veo y siento muy negra. Me encanta describir las emociones con colores; debería ser una materia obligatoria en el colegio: Expresión emocional cromática I. Aprender a describir con colores lo que sentimos, y luego, a colorearlo con fuerza. A los hombres de todas las edades les vendría bien asistir a esta clase.
Creo que yo tendría cuatro principales. El negro, obvio, el que me viste y me acompaña en días como estos. El azul, porque me sumerjo constantemente en las aguas de la melancolía y para mí el pasado viene con filtro de este tono. El rosa, porque muchas veces me siento como Julia Roberts en cualquiera de sus películas. Y el blanco, porque también he transitado por muchos estados de felicidad, y la felicidad, para mí, se siente como la calma.
Me duele el cuello. Mucho. Desde hace 13 años exactos. Y no quiero otra recomendación, ya probé de todo y todos coinciden, después de radiografías, resonancias y de tocarme ligeramente esa parte del cuerpo, que necesito más ejercicio, menos estrés, un masaje de vez en cuando. Y creo que tienen razón. A veces nos complicamos; buscamos un diagnóstico oscuro y monumental para validar lo que tenemos, para que nos operen de una vez por todas y acaben con el dolor. Pero tal vez no. A veces es algo tan sencillo como eso: llevar la vida con suavidad, hacer estiramiento, salir a caminar. Tan simple y tan complicado a la vez.
Todo ha sido muy borroso estos días, precisamente porque no pasa nada, o no permito que pase nada. Si me preguntan qué hice ayer, o el día antes, no lo sé; probablemente lo mismo que hoy. Mi hermana ni siquiera ha logrado sacarme a almorzar donde mis papás, y eso que el almuerzo de mi papá es mi favorito en el mundo. Ella no es de tomar la iniciativa, de insistir, pero la última vez me dijo que estaba preocupada, y eso, en ella, también es preocupante.
Hoy quise invitar a alguien a salir, y lo hice. La razón es simple: aun mantengo una ilusión, y porque si acaso acepta, me obligo a organizar la casa, lo que en realidad significa organizarme a mí. Esto no esconde el desorden debajo de la cama, sino que le da la vuelta a la moneda, reconociendo que siempre hay otra cara, una posibilidad de mejora. Por eso, debo decir que lo bueno de sentir que todo está perdido, es que cualquier pequeño acto de fe se siente como una inmensa esperanza. Todo se percibe como una ganancia, incluso si al final me rechazan la invitación.
Y hoy, aunque todo esto suene a escombros, amanecí un poco, poquísimo mejor que ayer. Mis diarios lastimosamente se perdieron de mis sentimientos de hace días, del día uno.
Acto de fe:
Eso. Le escribí algo bonito a C, un mensaje de un párrafo largo, a pesar de que sé perfectamente que a la mayoría de los hombres no les gustan los párrafos extensos, pero igual lo hice. Las cosas habían quedado raras entre nosotros la última vez, y sentía la necesidad de aclararlo. Creo sinceramente que lo que le escribí fue lindo, y me he dado cuenta de que últimamente le escribo a todos mis conocidos con el mismo estilo que uso aquí: más pausado, más embellecido, más pulido. Es como si escribir en este espacio se hubiera convertido en una extensión de mis redes más superficiales, aunque estos diarios, la verdad, no son precisamente un ejemplo de esa curaduría.
A mí, personalmente, me habría gustado recibir un mensaje como el que envié, pero claro, yo soy mujer, y a nosotras, creo, nos basta con recibir una flor; somos mucho más sencillas de lo que muchos piensan. Ahora solo queda esperar qué contesta. De todas formas, le escribí porque es de los pocos buenos hombres que dejé pasar, y hoy eso me ha pesado de una forma particular. Porque sí, en noches como estas, en la cama, cerrando los ojos y volviéndolos a abrir, me doy cuenta de que quisiera estar abrazando a un hombre como él. No, él no, sino él, a quien le escribí.
Ana.
Leerlo es sentirse acompañado, como si alguien pusiera en palabras lo que cuesta reconocer. Hay imágenes que duelen y otras que reconfortan. Me conmovió, especialmente, la noción del “acto de fe” y esa esperanza que se cuela entre los escombros. Ojalá sigas escribiéndolos, aunque sea solo para ti, porque estás logrando algo muy difícil: traducir la tristeza sin rendirte ante ella.
Querida Ana, chica de las tres erres. Vamo'arriba, creo que tu hermana tiene algo de razón, enfrenta el sol, sal, prepara tu rutina de ejercicio y sal a caminar, sin rumbo, solo por tiempo. Visita sitios aun no visitados. Sigue escribiendo, pero intenta relatos nuevos, sal de tu zona de confort. Voy a tu 110% y te envío el mas fuerte de los abrazos!!!